Los ojos del perro siberiano, Antonio Santa Ana

Los ojos del perro siberiano

Antonio Santa Ana

Hola, ¿cómo están? Pasaba para recomendarles un libro que leí el otro día.


Es muy corto (tardé menos de dos horas en terminarlo), sencillo de leer, muy simple, pero tiene cierta sabiduría que raya en la del Principito.





Nos quedamos un rato en silencio, envueltos en el perfume de las hierbas. Hasta que le pregunté.


-¿Por qué nunca hablamos de Ezequiel?


Apoyó las cosas en el piso con mucha calma. Estiró su mano como para acariciarme. Me miró. Bajó la mano. Luego la vista y dijo en un susurro:


-Hay cosas de las que es mejor no hablar.





Éste es una de esos libros que se pueden leer cincuenta veces, en distintas etapas de tu vida, de modo que, en cada momento, le encuentres un significado diferente al que le habías hallado la última vez.


Transcribo los pasajes que, personalmente, me parecieron destacables:





-Uno nunca termina de conocer del todo a las personas- me dijo-, ni aún a las más cercanas, padre, madre, hermanos, hermanas, marido, mujer. Siempre hay una zona de cada uno que permanece a oscuras, alejadas por completo de los demás. Una zona de pensamientos, de sentimientos, de actividades, de cualquier cosa. Pero siempre hay un lugar de nosotros en el que no dejamos que entre nadie más. Yo creo que es eso lo que hace a las relaciones con los demás tan interesantes, esa certeza de que, aunque nos lo propongamos, nunca los vamos a conocer del todo.

***

En todos los libros que me prestaba, yo trataba de encontrar sus rastros, el por qué le habían gustado. Tantas veces me desilusioné con gente que me prestaba o recomendaba libros que no me gustaban. Siempre, lo primero que busco en los libros son las huellas del otro, del que me los alcanza.

***

-Miedo al rechazo... Hermanito, voy a decirte algo, tal vez lo único que aprendí en mi corta vida. Si la cuerda no fuera tan delgada, no tendría gracia caminar por ella.

Los ojos del perro siberiano